A raíz de la muerte de Vargas Llosa, salió en los medios la comparación que Carmen Balcells, la representante literaria de varios escritores del Boom, hizo alguna vez entre el escritor peruano y García Márquez: “Vargas Llosa es el primero de la clase, y García Márquez es un genio […] Mario es un intelectual […] es el primero de la clase, un cum laude […] Al contrario, Gabo es un genio en el sentido de que es un monstruo creador, una fuerza de la naturaleza, alguien tocado por la mano de Dios, que tiene un don, y no se dedica a elaborar teorías o análisis sobre la cultura”
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En sociedades como las nuestras, si hay una figura apenas más reverenciada que la del héroe es la del genio. Ambas figuras causan admiración, envidia y hasta sospecha, pero mientras el primero se debe a sí mismo, a su terquedad y temple, el otro no puede evitar serlo. A veces, los héroes logran hazañas tan asombrosas que pasan al estatus de genio, lo cual ayuda a explicar su logro y hasta nos disculpa: no es que el héroe se haya esforzado, es que es tocado por la mano de Dios... ¡Así cualquiera!
El genio es más acorde al sistema productivo predominante, que promueve discursos enfocados en productos y minimiza, acorta y, en la medida de lo posible, omite procesos. En la medida de lo posible, sin importar mucho el campo, se busca crear productos con la mínima cantidad de recursos –como el tiempo– y la mayor cantidad de beneficios. Lo importante es el destino, nunca el camino, ¡el camino es un fastidio!
Hasta el 2 de agosto está en la Biblioteca Nacional la exposición “Todo se sabe”, que tiene como base el archivo personal de García Márquez que desde 2015 se custodia en el Harry Ransom Center de la Universidad de Texas. Entre las piezas exhibidas hay una página de Memoria de mis putas tristes, de la que escribió siete borradores antes de comenzarla de nuevo por completo, después de lo cual escribió once borradores más hasta llegar a una versión final.
En otro escaparate están dos revistas de gran tiraje en las que García Márquez trabajó a principios de la década de 1960: Sucesos para todos y La Familia. Se dice que el escritor no se sentía especialmente orgulloso de esos trabajos y los consideraba su punto más bajo en el ejercicio del periodismo. Al parecer, la mano de Dios no exime ni a sus escogidos de pasar afugias, vergüenzas ni trabajos.
P. D.: muy recomendada la exposición… además, cualquier disculpa es buena para visitar la muy bonita Biblioteca Nacional.