“Le dimos la justicia que se merecía, no será ni el primero ni el último, no perdonamos”; “Ya afeminado, el tipo debió estar encerrado en un psiquiatra, así se pudo salvar de ese destino porque una persona que se mutile el cuerpo no es una persona sana”; “Su nombre era Anderson y fue agredido y lanzado a un caño, no a un rio, se nota que estaba drogado, la izquierda colombiana le cambió el nombre, el sexo y su sistema de salud lo asesinó vilmente”.
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Estas son algunas de las frases de odio, rabia y sin sentido que recibí a través de mis redes sociales con ocasión de varias publicaciones que hice frente al desconcertante asesinato de Sara Millerey en Bello, Antioquia, a principios del mes de abril. Una absurda muerte que ha querido ser silenciada y olvidada por una sociedad indolente, que justifica el asesinato con sevicia como algo natural y consecuencia de diferentes patrones morales que nos aleja, cada vez más, de nuestra humanidad. Pues sí, estamos en un país que a lo largo de este 2025 (con corte a 21 de abril), ha visto asesinar más de 29 personas diversas sexualmente que, por el simple hecho de existir, se convierten en un lastre, en un bulto, en estorbo, en un peso que no debe cargarse y debe ser eliminado.
¡Y si! estamos en peligro, pero con mayor intensidad las personas transgénero que han aportado a esta siniestra cifra 15 vidas. Hoy debo confesar que estas cortas palabras están cargadas de rabia, dolor, desesperanza y mucha frustración. Es como pensar que todo tiende a empeorar y que esta sociedad tiene muy pocas posibilidades de ser viable, mientras desdeñemos la vida de los seres humanos que piensan y actúan fuera de este sistema machista que nos ha oprimido por siglos. Siento que, aunque no soy una persona trans, la indignación de las múltiples manifestaciones que se realizaron en el país para rechazar tan atroz realidad, se quedaron cortas ante la incertidumbre por el día de mañana en el que respirar y abrir los ojos se convierte en un privilegio y no un derecho fundamental.
¿En dónde quedan los esfuerzos institucionales, sociales y personales para construir una sociedad más justa? Parece que en la biblioteca de muchas y muchos investigadores, funcionarios, organismos multilaterales, etc., que han dedicado su vida y su labor a deconstruir imaginarios y representaciones sociales negativas sobre las personas trans y, en general, a las personas LGBTI. Parece normal que en una sociedad que se jacta de progresista, educada y de nivel, presenciemos debates tan irrisorios como el de si una persona trans es mujer o no y que este desencasillamiento, la ubique en una posición nada privilegiada para acceder a sus derechos fundamentales. Todavía confundimos las identidades trans con enfermedades mentales y, en el mejor de los casos, con “una confusión mental” que les obliga a estar en el lugar equivocado de la humanidad; les tachamos como personas mentirosas, que se mueven por una moda o capricho, que son una amenaza para nuestra seguridad utilizando de forma peyorativa la identidad travesti, como si serlo, representara el estar en la casta más baja y menos capaz de una sociedad pura y de principios inquebrantables. Somos seres tan increíbles, que negamos el legítimo derecho de ser quienes decidan ser; manifestamos abiertamente nuestro odio, animadversión y justificamos la violencia desmedida hacia ellas, ellos y elles, sin temor alguno a estigmatizarles como seres inmorales y perversos. Decidimos eliminar cualquier rezago de humanidad, advirtiendo que el error no está en nosotras y nosotros al mejor estilo de un nuevo modelo de esclavitud que nos aterramos de nombrar pero que entre líneas reforzamos.
Parece imposible, y duele reconocer, que en países de primer mundo como el caso de EEUU y Gran Bretaña, las políticas progresistas o de avanzada a favor de la igualdad y la equidad de género empiecen a decrecer, promulgándose leyes, normas, enmiendas o como su aparato jurídico tienda a categorizarles al vaivén de la geopolítica de turno, devolviendo el debate de los derechos humanos a un asunto de penes y vaginas, dejando por fuera discusiones profundas sobre las construcciones políticas y culturales de los seres humanos y sus identidades: un mundo al revés que privilegia el aplastante lobby politiquero y no el sentido profundo de la humanidad.
Ante este panorama, puedo decir con firmeza que la existencia de una institucionalidad medianamente robusta en nuestro país y en algunas ciudades principales como el caso de Bogotá y Medellín, frenan la desesperanza que hoy me mueve a escribir con incredulidad. Considero con el mayor de los respetos partidistas, que un ministerio como el de la Igualdad y un recién nombrado viceministro de las diversidades, en alianza con los gobiernos locales, podrán dejar huella en nuestro país y en nuestra vida si logran que las personas trans superen la expectativa de vida que hoy ronda los 35 años, edad que evidentemente Sara y muchas otras no han logrado superar. Si en estos meses su trabajo se enfoca en frenar esta ola absurda de violencia, dará sentido a la existencia de dependencias, políticas públicas, presupuestos, e inclusive, ministerios con hechos contundentes y articulados: las cifras, aunque frías, representan la vida de muchas y muchos de nuestros hermanos, amigas, vecinos y familias que buscan vivir con absoluta tranquilidad.
Que estas palabras honren la memoria de quienes por años vivieron en carne propia la violencia estatal, social, familiar o de pareja; memoria que nos corresponde exaltar, cada vez que podamos, en los lugares y momentos más estratégicos e incomodos, para que ni un solo asesinato se quede impune; para que esta sociedad mezquina e indolente deje de grabar videos aberrantes y decida saltar al agua al momento de salvar una vida.
Por ti Sara, por las otras 14 personas trans y por las vidas de quienes no hacen parte de las estadísticas, pero que hoy tampoco nos acompañan en este plano, en la medida en que su vida les fue arrebatada. Les puedo decir en nombre de muchas y muchos, que ustedes mujeres y hombres trans son lo que decidan ser porque tienen derecho a serlo y porque nadie puede objetar su identidad bajo ningún argumento; que a su lado estaremos desde nuestras convergencias, pero también en los desacuerdos, para trabajar en la garantía de la vida, dignidad y honra, tal cual lo establece nuestra Constitución Política.