La Vitualla es un restaurante improbable. Queda en el segundo piso de un edificio medio hechizo en la calle 126 con carrera séptima, una de esas construcciones que no parece haber sido planeada sino terminada a la malditasea.
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Para llegar se atraviesa un arco, ubicado a medio camino de una escalera, como de fiesta empresarial que además no parece muy estable.
Al contrario de la sede anterior, que quedaba sobre la carrera novena llegando al roundpoint de la calle 100, esta sede es espaciosa. Bailan las mesas y sus sillas en un salón grande donde algunas artesanías cuelgan de las paredes mientras otros objetos, que seguramente donó alguna tía costeña la última vez que se mudó, son exhibidos en una suerte de mesón.
La sorpresa es que en un espacio así todo sea a la vez tan cálido, tan sabroso, la atención tan familiar y la cocina tan alegre.
Es difícil ir y no pedir un tradicional mote de queso, generoso en sus tres versiones, el sencillo, el acompañado y el que viene en totumo con la opción de elegir carne “esmechada” o chicharrón, patacón o tajada y arroz blanco, con coco negrito o mi favorito, arroz con coco blanco.
Vitualla es como también le dicen en la costa al seco de, di tú, un sancocho, al bastimento.
Fritos sabrosos, recién sacados del caldero, con suero y ají, sancocho cuadrifásico, sopa de guandul, mojarra frita, arroces de cerdo y mariscos, calentados varios, nunca he pedido algo en La Vitualla que no me parezca delicioso. Y llevo más de 15 años yendo.
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Todo es criollo, tradicional, y maridado con jugo de corozo, tamarindo (una bomba si se pide en leche, como le gusta a mi mamá) níspero, guayaba agria o zapote. Un menú para mejorarle el día a cualquier vecino del barrio, como yo, u oficinista. Nada es pretencioso ni sofisticado en este lugar.
Por supuesto hay menú del día, “combos” con agua de panela y cocadita de postre, a un precio muy razonable. Como buen restaurante de barrio, tras la pandemia tiene un excelente servicio a domicilio que a veces hacen en bicicleta y a veces a pie, garantizando que llega rápido, fresco, caliente.
Pero tal vez por lo que más me gusta volver a ese lugar, además de que me permite tener a corta distancia la cocina de mi infancia, es que es frecuente oír, desde la sala, las risas y hasta carcajadas de los cocineros costeños. En La Vitualla todo parece fácil, te atienden con brisa, no importa que afuera llueva a cántaros. Es que es de los Vergara, que eran vecinos de la casa en Cartagena, me dijo un primo.
En diciembre hacen tremendos pasteles de los que comen tres.
Más información: 3115821269